30 may 2011

Por mucho que pase el tiempo...



Por mucho que pase el tiempo
Siempre queda en la memoria
La cadena de recuerdos
Que forma nuestra historia

Y en cada eslabón
Hay una fotografía
Una voz, una canción
Una simple melodía

Hay la sonrisa de un niño
Hay una dulce mirada
Hay la fuerza de una mano
A la nuestra entrelazada

Hay ternura y emoción
Y aquel primer amor
El fuego de una pasión
Que a veces causa dolor

Cadena de sentimientos
Que son toda nuestra vida
Secuencia de momentos
Traición que nunca se olvida

Ausencia y añoranza
Pena y alegría
El soplo de una esperanza
Que renace cada día

20 may 2011

Catástrofe (al natural)


Al ver las imágenes de los destrozos causados por el seísmo en Lorca y principalmente la expresión de desamparo en los rostros de los damnificados, recuerdo una experiencia personal que voy a relatar, además por el primordial motivo que siempre me empuja: ocupar mi mente y matar el tiempo.
También para mis hijos, pues creo que nunca se lo conté...
Fue durante las inundaciones de noviembre de 1967 en Lisboa. Mi tía y madrina tenía un restaurante en Estoril frente al mar y durante mi adolescencia solía pasar los veranos echando una mano, y de paso me hacia un dinerillo con las propinas y disfrutaba de la playa por la tardecita (cuando tenía un rato libre).
Aquel año me quedé hasta las navidades porque mi tía estaba embarazada y daría a luz a principios de diciembre. Ya tenía una niña de 5 años y necesitaba ayuda. Además ese año había un problema con otra de mis tías, hermana menor de esta, y especifico, ambas hermanas de mi madre. Irene había emigrado a Francia precipitadamente por motivos políticos relacionados con su marido y tuvo que dejar al bebé que tenía con sus suegros. Cuando tuvo posibilidad, tramitó los documentos para que otra de las hermanas le llevara a su hijo, pero llegado el momento los abuelos se negaron a entregar el niño. Aquello fue un drama para mi tía Irene que entonces ya tenía otro bebé de pocos meses. La rabia hizo que se montara en el tren con el pequeño, se presentara en casa de los suegros, cogiera a su hijo y viniera a casa de su hermana.
Todos los documentos habían caducado y tardó meses en conseguir pasaportes y demás. Estaba algo depresiva por toda la situación y tenía que hacerse aceptar por su hijo de 3 años que no la conocía... Lo que sé es que faltaban manos para ocuparse de 3 niños y un restaurante, y que el pequeño Carlos acababa siempre en mis brazos, y nos hicimos inseparables este primito de menos de un año nacido en tierras extranjeras y yo.
Aquella noche tras la cena bajé con los niños a la planta baja, una especie de semisótano donde se ubicaba parte de la vivienda, mientras mis tías despedían a los últimos clientes y esperaban a mis padres, que casualmente, venían a la capital a reunirse con las hermanas de mi padre por asuntos de familia.
Había llovido todo el día y me preocupaba el retraso de mis padres que viajaban en autocar... Acosté a Carlos y me quedé viendo la tele con Isabel y Paulo que se durmieron en el sofá.
La tele empezó a fallar y en el silencio oí como un ruido de gotera, no una, sino varias. Tras comprobarlo subí a avisar y a coger unos cubos. Cuando volví a bajar, el ruido ya no era de goteras sino más bien de cascada...
El agua entraba a chorros por las ventanas y mis pies pisaban un charco... Asustada corrí a despertar a mis primos, fui a coger al bebé que dormía en otra habitación y nos lanzamos escaleras arriba, mientras el piso se inundaba totalmente, y lo peor es que el agua ya bajaba también por la escalera, entrando por la puerta principal.
Mis tías y mis padres, que llegaron en pleno caos, se esforzaban inútilmente en barrer el agua hacia afuera, hasta que se dieron cuenta de que nadie podría detener aquello y empezaron a poner en las estanterías más altas las cosas más importantes ó valiosas.
De pronto, mi tía Irene nos miró a sus hijos y a mí, y recordó que todos los documentos que por fin había logrado reunir estaban abajo... Como loca bajó a la planta inferior donde el agua le llegaba casi a la cintura, la vi girar en el pasillo y le gritaba: "¡Date prisa!". Tenía miedo de que no le diera tiempo pero al ratito apareció alzando el bolso en sus manos como un trofeo. Los niños y yo fuimos los primeros en salir de la casa seguidos a los 15 minutos del resto de la familia, momento en que el agua había alcanzado ya 1 metro de altura en la planta de arriba y, por supuesto, anegado por completo el piso inferior.
Ya en la calle fue cuando nos dimos cuenta de que había gente corriendo y pidiendo ayuda, pero solo a la mañana siguiente nos enteramos de las dimensiones de la catástrofe (más de 400 víctimas mortales)
Por suerte mi tía Adilia tenía otra vivienda y su marido un taller de fontanería, y pudieron hacer frente a la situación. Por cierto, él formaba parte del cuerpo de bomberos voluntarios de Estoril y aquella noche la pasó socorriendo a la gente, ajeno a lo que sucedía en su propia casa.
Mis padres se fueron al día siguiente. Era la primera vez que mi madre venía a la capital y desde luego no lo ha olvidado.
Irene se fue a Francia con sus hijos esa misma semana, y yo me quedé hasta que nació mi prima Teresa.
El verano siguiente también lo pasé en Lisboa pero, esta vez, hospitalizada a consecuencia de un accidente de tráfico...